El gobierno de Estados Unidos fundó en 1947 la Agencia Central de Inteligencia (CIA), uno de los dispositivos para consolidar su poder planetario en lo que entiende, su misión en el mundo: la defensa de valores del libre mercado y la iniciativa individual. Fue en ese año que nació el Consejo Nacional de Seguridad, un organismo que depende directamente del presidente y que se encarga del desarrollo de políticas y estrategias para el exterior. Con rango de secretario de Estado (ministro), el Consejero Nacional de Seguridad muchas veces fue tanto o más conocido que el propio mandatario. Baste recordar los más conocidos, curiosamente de origen extranjero.
Henry Kissinger, académico nacido en Alemania, fue promotor del encuentro entre el presidente Richard Nixon y Mao Zedong en 1971 que selló el ingreso de China en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en lugar de Taiwán. También fue impulsor de las sangrientas dictaduras latinoamericanas en los años ’70, a pesar de lo cual recibió el premio Nobel de la Paz por haber convencido a la administración Nixon de que lo mejor que se podía hacer en Vietnam era reconocer la derrota y retirarse sin cometer más desaguisados.
El polaco Zbigniew Brzezinski, sovietólogo y tan anticomunista como su antecesor, acompañó a Jimmy Carter y entendía el mundo como una partida de ajedrez en la que el objetivo era destruir la Unión Soviética. Otros nombres –aunque de una categoría inferior– fueron Condoleeza Rice, con George W. Bush hijo; John Bolton con Donald Trump, y ahora Jake Sullivan.
Desde 1987, cada gobierno presenta su Estrategia de Seguridad Nacional (ESN). Desde la caída de la URSS, la caracterización de los enemigos para el imperio estadounidense fue variando. Con Bush hijo, luego de los atentados a las Torres Gemelas, fue el combate al terrorismo (1).
Durante la gestión de Barack Obama la ESN de 2010 por primera vez reconoce que el poder estadounidense debe apoyarse más en sus aliados –a los que reclama mayor «responsabilidad en la seguridad global»– para mantener los objetivos de «defender la democracia» como la entiende el mundo anglosajón y occidental (2).
Primer afrodescendiente en llegar a la Casa Blanca, Obama debió lidiar con la crisis financiera que estalló en los últimos meses de Bush Jr. En ese marco de inestabilidad económica global, surgieron desafiantes al poder de EE UU y del dólar, la gran arma de Washington. El avance de China y la creación de los BRICS (Brasil, Rusia, India y China, luego adhirió Sudáfrica) no son un dato menor. Los fiascos de Irak y Afganistán, donde EE UU. actuó junto con la OTAN, más las atrocidades cometidas por tropas occidentales conocidas mediante la plataforma WikiLeaks, creada por el australiano Julian Assange, también dejaron su huella.
En la ESN de 2017, de Donald Trump, China y Rusia aparecen ya como la amenaza para EE UU (3). La intervención rusa para sostener a Bashar al Assad en Siria demostró que desde las cenizas de la URSS había otro jugador que buscaba su lugar en el mundo. Hay que decir que Trump tenía buenas relaciones con Vladimir Putin y hasta puso como secretario de Estado a un representante de la industria petrolera como Rex Tillerson, un convite para dividir Moscú y Bejing, la gran jugada de Kissinger pero al revés. Los demócratas, que habían perdido la elección denunciando interferencia rusa en favor de los republicanos, bloquearon esa estrategia.
En 2021 la administración Joe Biden presentó un borrador del ESN del año siguiente. «Hoy, más que nunca, el destino de Estados Unidos está indisolublemente ligado a los acontecimientos más allá de nuestras costas. Nos enfrentamos a una pandemia mundial, un aplastante recesión económica, una crisis de justicia racial y un clima cada vez más profundo emergencia. Nos enfrentamos a un mundo de creciente nacionalismo, retroceso de la democracia, creciente rivalidad con China, Rusia y otros estados autoritarios, y una revolución tecnológica que está remodelando todos los aspectos de nuestras vidas. Es una época de desafíos sin precedentes, pero también de oportunidades inigualables», dice el texto (4).
En octubre pasado, la Casa Blanca publicó sus lineamientos en las relaciones exteriores sobre la base de tres documentos: la Estrategia de Defensa Nacional, la Revisión de la Postura Nuclear y la Revisión de la Defensa de Misiles. Allí es establece que China «es un competidor estratégico que utiliza una economía depredadora para intimidar a sus vecinos mientras militariza el Mar de China Meridional», que Rusia «ha violado las fronteras de las naciones cercanas y utiliza el poder de veto sobre las decisiones económicas, diplomáticas y de seguridad de sus vecinos», que Irán «sigue sembrando violencia y sigue siendo el desafío más importante para la estabilidad en Oriente Medio» y que Corea del Norte es otra amenaza a la seguridad estadounidense (5).
En junio del año pasado también la OTAN presentó su propia estrategia en un encuentro en la capital española plasmado en el Concepto Estratégico de Madrid que reconoce «un mundo que ya no gira alrededor de la región euroatlántica y que se define cada vez más por el auge estratégico de China y la creciente centralidad del Indo-Pacífico», por lo que «la Alianza tendrá que idear la seguridad de una forma más global» (6).
Tanto Brzezinski –que murió en 2017 pero se la veía venir (7)– como Kissinger –que a los 99 sigue lúcido– desaconsejaban ir contra Rusia para defender los intereses de EE UU. Ni uno en 2017 ni el otro en 2022 fueron escuchados. (Continuará)
1-https://georgewbush-whitehouse.archives.gov/infocus/nationalsecurity/index.es.html
2- https://obamawhitehouse.archives.gov/sites/default/files/rss_viewer/national_security_strategy.pdf
3-https://trumpwhitehouse.archives.gov/wp-content/uploads/2017/12/NSS-Final-12-18-2017-0905.pdf
4- https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2021/03/NSC-1v2.pdf
5- https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2022/10/Biden-Harris-Administrations-National-Security-Strategy-10.2022.pdf
6- https://www.nato.int/strategic-concept/
7- https://www.the-american-interest.com/2016/04/17/toward-a-global-realignment/